domingo, 24 de febrero de 2013

Cuántas noches me habrá visto despierta la almohada.

Nos involucramos en situaciones que, muy a menudo, se nos presentan como buenas...
Pasé de verlo correcto a sentir que moría una llama en mi. Tanto relativismo me confundió y entre palabra y palabra perdí de la cuenta de las veces que pronunciaste "me" sólo hablando de ti. Y no escuchaba. No quería. Qué caricias tan mentirosas, las mías. Qué miradas tan mal interpretadas.
Juzgarse porque sí, no lo entiendo. Repito. No quiero.
Pasé, también, de esperar que alguien me tuviera en cuenta a desear que por un rato no todo girara a mi alrededor. Los celos no son malos si no están mal alimentados.

Pasado un tiempo de rigor descubrí lo efectiva que es la teoría de los rendimientos decrecientes, esa que bien explica que acostumbrarse a las cosas hacen que dejemos de percibirlas. Tras tres cervezas empezó a dolerme la cabeza, no fue tan satisfactoria como la primera, pero tras tu marcha me di cuenta de que me había quedado ebria de ti. Esta es una resaca que no se disfruta y tanto plantearme preguntas hace que concluya en que las últimas dos páginas del libro habría que reescribirlas.

No siempre sacia la miel de otras colmenas.
No pretendamos engañarnos, aparentar que somos otros. Yo entre tanta copa y pepinos en ginebra elegí no seguir fingiendo.

Quizás esperar a alguien que escriba "que" con tres letras sería bajar mucho el listón. De momento, prefiero la cama vacía.

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